Tuesday, December 29, 2009

"Viniendo de vos es un cumplido"

Pensé a solas en el autobús, mi lugar predilecto para reflexionar, y un suspiro me cruzó de lado a lado y me haló al pasado de hace cinco o seis años. Me viste y preguntaste -"Y ud, como se llama?" Te respondí en mi mente: "Cabello muy crespo para estar tan largo, y sin embargo una de las caras más lindas que haya visto jamás" y salió en voz alta: -"Estela, y ud?" -"César".

Cinco minutos después ya habíamos olvidado nuestros nombres. No podría calcular con exactitud el lapso entre ese instante y en el que me hallé por primera vez en tu sombrío cuarto lleno de misterios, dibujos raros por allá en las paredes, libros que nunca había visto y no habría comprendido aunque lo intentara. Y pronto te encargaste de tirarme toda tu vida en frente… Fotos, poesía y tu historia. Todo el cuento me sabe a bromas y a cigarro, hasta el punto en el que nuestra amistad se accidentó con un agujero del tiempo. Hace pocos meses te volví a encontrar y me dijiste: -"Te extrañé" dije: -"Yo también te extrañé" y si de camino aprendí lo que es un amigo, eso sos vos. Aun con olor a bromas y cigarro, y dispuesto a contarme toda tu vida en segundos. Amor, viniendo de vos todo esto ha sido un cumplido, y un placer haberte conocido.

Lunes 28 de Diciembre del 2009

La Mujer Más Hermosa del Mundo

Cierro los ojos y trato de evocar mis primeros recuerdos. Salta a mi mente uno especial: tengo cinco años y estoy caminando alrededor de la mesa mientras mi mamá limpia. Solo puedo verla de la cintura para abajo, y como siempre, no paro de hablar y de preguntarle cosas: -Ma, ¿verdad que es más bonito cuando estamos solas?-. De pronto se esfuma la imagen y aparece una escena en la que estoy temblando de frío, son las cinco de la mañana y me acabo de bañar, mi mamá me envuelve en un paño y se asegura de que mi gabacha, con botones en forma de corazón, quede puesta correctamente y mi bolso tenga un trapito dentro para la hora de la merienda. Luego me peina con esmero el cabello largo, me coloca lazos celestes y me lleva de la mano hasta el portón de la escuela. Yo, siempre observándola con gran admiración, pensaba que tenía que ser aquella la mujer más hermosa e imponente en el mundo. Ningún niño o niña en la escuela tenía, en mi opinión, una mamá tan linda y joven como la mía, que me llevaba con orgullo. Recuerdo estar siempre rezagada a su caminar ligero, ir trotando a su lado para alcanzarla. La visualizo en sus etapas, las de silencio mientras aseaba la casa, reclinada sobre la pila de la ropa, las de alegría cuando me enseñaba a bailar. La miraba siempre con esa belleza melancólica, con esa tristeza que la enmudecía de adentro hacia afuera. Aprendí a callar desde entonces mientras ella dormía, aprendí a cepillar su cabello y a dibujar en su espalda blanca sobre su piel, tan increíblemente suave, a jugar con sus manos y a llamar su atención con mi llanto, pero siempre haciéndolo en la forma más sincera, pues en un pacto nunca dicho hasta ahora, y conocido desde siempre, es la manera en la que ella sabe que realmente la necesito; me dijo una vez: -Cuando vos llorás, siempre es de verdad- Nunca lo olvidé. Aprendí a sentir mucho dolor cuando era ella quién lloraba aunque no lo supo. Aprendí a escucharla… aprendí a vivir… aprendí: Aprendí para el marido siempre hay que verse bien, aprendí hay que pasar por esta vida con la clase y el estilo que te da la dignidad, aprendí solo vos podés responder por tus propios errores, aprendí la ropa nunca se dobla al revés, aprendí siempre hay una mejor manera de hacer las cosas, aprendí hay que estar ahí para las personas que amamos, aprendí hay que disfrutar el dolor porque es un signo de que estamos vivos, aprendí una mujer que se pone una falda corta con una licra debajo es una mojigata, aprendí la manera más práctica de mostrar la belleza interna es dejándola escapar por la mirada, aprendí a enderezar la espalda y a meter la panza, aprendí a maquillarme y a caminar en tacones, aprendí a limpiar, a cocinar, a cambiar pañales, a alternar sabiamente la compañía y la soledad, aprendí a ser mujer y estar orgullosa de ello, todo lo aprendí imitándola. Abrazaba su ropa porque siempre tenía su aroma indiscutiblemente elegante. Y todo lo que respecta a ella pasa frente a mis ojos con dolor o con ternura: Cuando se interpuso entre mi papá y mi hermano porque tenía miedo de que lo lastimara, las canciones infantiles, el arte entre Serrat, Rubén Darío, y el amor que empieza con las palabras Margarita, está linda la mar... Cuando que me vio con un cigarro en la mano y lo dejé caer de la vergüenza, cuando tuve mi período y ella me abrazó, cuando la vi desplomarse mientras se aferraba a mi llorando y me decía: -Las cosas no se arreglan así, lo se-, cuando descubrí que no importa lo que pase ella estará ahí para mí, cuando le pedí que me acompañara adentro el primer día de clases en la universidad, los besos, los abrazos, las risas, los regalos, las fechas especiales, su voz llamándome desde su cuarto, las películas, las pesadillas, los regaños, los enojos, los concejos, las canciones, las historias, el sarcasmo, las idas a media noche a la sala de emergencias, la manera correcta en la que acomodamos las palabras para conversar, la confianza y la amistad increíble que ha surgido entre las dos desde hace tiempo.
Muchas cosas han cambiado en nuestras vidas desde que yo tenía cinco años. Ya tengo la misma estatura que ella, compartimos ropa, sueños y maquillaje, se acabaron los problemas que la entristecían en ese entonces y vivimos en un paraíso, en una cuna verde entre las montañas. Encontró el amor y lo disfruta inteligentemente. Su hermosura se sigue adivinando a leguas entre mujer y señora, fumamos en el balcón y hablamos de cualquier cosa. Lloramos de la risa dos veces a la semana y salimos de compras. Ahora que todo es distinto el amor inicia con las palabras Estelita, está linda la mar...

Los recuerdos de mi infancia se guardaron en un baúl que abro muy de vez en cuando y siempre con menor frecuencia… Pero cualquier atardecer que la descubro en la cocina preparando la cena, en una de nuestras favoritas tardes con clima de diciembre, me punza una nostálgica corazonada de que hay un cuento detrás de nuestra actual felicidad, donde éramos brujas o duendes, donde primero fui su hija y luego su hermana, donde éramos sombras y soldados del mismo batallón y nos apoyábamos en el hombro de la otra, donde no estábamos hechas, ni siquiera imaginadas, donde no llovía ni salía el sol. A la hora de la comida, en el justo momento del caer de la noche, caen igual los platos sobre la misma mesa de mis recuerdos y empiezan las bromas y las risas, las llamadas de atención por mis faltas de educación, el spanglish entre la ensalada. Todo ese pasado se esconde en una neblina y me siento segura de que nada malo va a pasar jamás, de que nada tan bueno como el hecho de estar ahí ha pasado jamás.

Tengo veintiún años y estoy a punto de iniciar mi vida laboral, soy consentida, despreocupada y segura de mi misma, con un futuro brillante por delante. Pero no olvido de donde vengo ni gracias a quién estoy aquí, porque cada vez que veo a mami salir tras una puerta con su porte de elegancia exquisita y una sonrisa en el rostro, veo sus ojos, par de estrellas negras, se abre un misterioso portal en mi mente y observándola pienso:

"Tiene que ser esa la mujer más hermosa e imponente del mundo."

Martes 12 de mayo del 2006